29 oct 2007

Noviembre-Diciembre

Reivindicando la vejez

Cuando ves a los padres envejecer, por fin, empiezas a entender la vida. Comienzas a saber de qué va esto, que el mundo “gira y gira” como decía el tango, y que como dijo Jacob: “… pocos y malos han sido los días de los años de mi vida..” (Génesis 47:9).

Para los que hemos tenido buenos padres y hemos crecido bajo su cuidado y su amor nos cuesta aceptar que ya no son aquellos con quienes nos sentíamos seguros. Ahora son ellos los que se sienten seguros si estamos cerca de ellos. Ya no nos riñen, somos nosotros quienes les reñimos porque andan poco, porque comen demasiado, etc.... Ahora, ya no nos enseñan a escribir recto, somos nosotros quienes les enseñamos a manejar el móvil o el mando de la tele. Ese amor de padre y madre es una red de la que uno intenta liberarse en la juventud, trabajo inútil, porque está entretejida con cuerdas invisibles, imposibles de romper, porque son espirituales, anímicas y profundas. Es fácil comprender el amor de Dios cuando has recibido el amor de tus padres.

Ver sus caras que un día fueron tersas y fuertes con arrugas, nos da la señal inequívoca de que han vivido, que han reído, llorado, enojado... Los ojos que en su día fueron avispados y listos para la lucha diaria, ahora, apenas resisten 15 minutos de televisión sin cerrarse, y una, cierra los suyos y recuerda, recuerda cómo eran, como era ella misma hace 30 ó 40 años, tan segura cogida de su mano al cruzar la calle y por un momento cree que si lo desea muy fuerte podrá volver a ese tiempo. Ellos, nuestros padres, son el pasado y nos indican cuál va a ser nuestro futuro.

Vivimos en una sociedad hedonista, se premia la juventud y los cuerpos tersos y ágiles. Decir la edad a partir de los 40 a mucha gente comienza a serle violento e incómodo. Las mujeres compramos tónicos, cremas mágicas y nos sometemos a operaciones que prometen quitarte 15 años, a veces, pasa como decía el humorista Gila: “a mi suegra le han operao de la cirugía estética, se quería quitar 15 años y como no tenía dinero se ha quitao 15 días, así que hoy tiene la cara del viernes pasao…”; operaciones éstas innecesarias, pues al final queda un rostro más joven pero irreconocible y acartonado, sin vida. Los hombres ya han entrado en ese juego de multitud de potingues y quirófano. Todo indica lo mismo, la profunda negativa a envejecer y el miedo a morir.

¿Dónde están esos viejos que se sentaban en las puertas y saludaban a todo el vecindario al pasar? ¿dónde están esos, que como cantaba Serrat se sientan en los bancos “con la boca abierta al calor como lagartos, medio ocultos tras un sombrero de esparto”? ¿dónde están aquellos viejos que cuando hablaban, los jóvenes callaban y escuchaban porque tenían la experiencia a cuestas y eran respetados?. Pues están ejerciendo de padres de sus nietos, viajando como locos a Benidorm donde los amontonan en hoteles en temporadas bajas y vuelven todos enfermos y estresados.

Saber ser viejo es un arte, llegar a tener la elegancia que dan los años no es fácil. Debemos retomarles en nuestras congregaciones y darles su lugar. Si en el mundo les quitan su sitio, nosotros, deberíamos darles su lugar en nuestras Iglesias. Tienen menos energía pero pueden aplicar su sabiduría de años y ser consultados en momentos cruciales. Que participen en nuestros cultos en la medida en que lo puedan hacer, leyendo o explicando alguna experiencia, deben opinar en las reuniones de Iglesia, animarlos a asistir y seguir decidiendo. Tenemos demasiadas iglesias en donde marcan la pauta los jóvenes y aunque esto da mucha vida y alegría, también es cierto que los jóvenes son emocionalmente frágiles, fácilmente manipulables, les falta la templanza y experiencia que dan los años.

Me niego a que los mayores sean agasajados una vez al año y tratados como abuelos “chochos” que lloran enseguida y a que reciban clases de Escuela Dominical como si fueran niños de parvulario, cuando hay algunos que han predicado y servido a su Iglesia local en multitud de áreas.

El no arrinconar a sus mayores es trabajo de las congregaciones, pero especialmente de los pastores. Creo que un pastor sabio se rodeará de la gente con experiencia y si es capaz de escuchar y aprender tendrá un pastorado fructífero. La vida es una cadena y la vida de las iglesias no es diferente, si Dios concede a un hijo suyo una larga vida es para que sea útil hasta el último día.


Este artículo se lo dedico a mi padre Pepe (81 años), a mi suegro Manuel (87 años), a mi madre Lolita y a mi suegra Adelina que tienen 45 años cumplidos hace bastante tiempo, de los que he aprendido tantas cosas y sigo aprendiendo hasta el día de hoy.

Lola Sánchez

10 oct 2007

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